Me gusta mi trabajo. Mucho. Algunos lo llaman vocación, yo simplemente que me encanta ser boticaria rural y que me encanta serlo en Alcazarén y Hornillos.
La carrera te sirve de base para ejercer, la experiencia y la formación te van ayudando a manejar y resolver situaciones, pero para lo que no te prepara nadie, lo que nadie te dice sobre la farmacia rural, es lo que vas a sufrir.
No estoy hablando hoy de problemas de rentabilidad, de recortes, de España vaciada, de dificultades para poder ausentarte para ir simplemente al médico. No, no hablo hoy de eso.
Hoy hablo de que nadie te explica, sobre todo a los que venimos de ciudad, lo que vas a sentir cada vez que oigas el repique de las campanas “tocando a difunto”. Cómo levantarás la cabeza mientras notas que se te eriza el vello y te recorre un escalofrío. Cómo repasarás mentalmente a todos aquellos que sabes que están en situación de “poder ser”. Cómo se te encogerá el alma porque sabes que conoces a quien se ha ido, a sus hijos, a sus nietos, a sus hermanos, o, peor aún: a sus padres.
Cómo buscarás la mirada de quien tengas al otro lado del mostrador si el momento te alcanza durante la dispensación, buscando el consuelo mutuo de los que comparten congoja.
Y cuando sepas quién es, revivirás aquel último encuentro, dentro o fuera de la farmacia, o resonará en tu cabeza aquella frase que siempre te decía y a veces, en medio de la tristeza, te alegrarás de que haya dejado de sufrir, como si de alguien de tu familia se tratase.
Porque, en realidad, eso es lo que son. En la farmacia rural no hay clientes, no hay pacientes: son tu gente. Personas con las que has compartido no solo sus momentos difíciles, sino muchas veces también los tuyos. Que sabían cuándo tenías los exámenes igual que tú sus citas médicas; que te han llamado al móvil al ver que tardabas en abrir, no para meterte prisa, sino por si te había pasado algo. Personas con los que has compartido charlas, paseos, cafés y, a veces, hasta mesa y mantel.
In memoriam,
De todos los que se fueron, de los que al irse harán que oiga doblar las campanas